EL JARDINERO JOSÉ

«Jardines de Guiverny». Claude Monet

Todo empezó con las obras.

La ciudad donde vivo parece que siempre está en obras y, aunque centenaria, es como si nunca estuviera terminada. Se abandonan joyas que quedan en ruinas por desidia o por especulación, se pierden paisajes y se comienzan otras de mejora, o así las presentan que, a veces no se terminan nunca. Se quedan a medias, se cierran como yacimientos sin tesoros o simplemente se hacen sin cariño. Y la ciudad, que antes tenía luz, color e historia se ha ido volviendo cada vez más gris, más opaca y mate, más muerta, aunque atestada de personas que llegan sin saber a dónde vienen, o eso creo entender, sólo a entretenerse o a pasar por ella, pero no a descubrir. Porque se intenta vender lo que ya no existe, un pasado que ya no está y claro, no se encuentra. Y cualquier novedad acaba en algo uniforme y sin identidad propia.

Esta idea se me vino a la cabeza con motivo de unas obras interminables que finalmente no se acabaron y que, después de muchas molestias, pérdidas y gastos inútiles quedaron enterradas bajo un suelo de hormigón y asfalto.

Entonces pensé, una vez más, que esta ciudad no tiene jardines y los poco que le quedan no están cuidados, no son vistosos ni atractivos y no tienen vida propia. Y me vino a la mente un recuerdo de hace muchos años. Y miradas de otras épocas.

Y es que, cuando era pequeña tenía un vecino que era jardinero municipal. Para nosotros, alejados del mundo local, y mucho más de los empleados locales, aquello sonaba especial.

José, que así se llamaba, llevaba una vida triste que ahora no voy a contar, carecía de formación y no sabía leer ni escribir, pero tenía una mano increíble con las flores y plantas, conocía cada una de ellas y su hábitat, sus posibilidades, su vida, sus enfermedades… porque además de ser un gran profesional de jardinería, las amaba.

Conocía qué árbol se debía plantar en cada sitio, qué flor en cada época y como podían compartir el espacio y la tierra todas ellas.

Por aquel tiempo, debía de haber muchos “Josés” y la ciudad, aunque eran momentos de escasez y modestia, brillaba con sus flores y los jardines siempre impecables gracias, entre otros, a mi vecino.

Ahora, y desde hace ya tiempo, aquí apenas hay jardines, las raíces de los árboles, sin espacio para crecer y fuera de un entorno favorable, levantan las aceras y las calles, los árboles se talan y se cierran sus alcorques con cemento, las palmeras se mueren… y no hay flores.

Las glorietas se pintan de verde, o se llenan de piedras, se cubren de pintura y no de vida, todo es falso, frío. Las plazas están muertas, sin sombras, inhabitadas, los parques no huelen a la época del año, a veces huelen a basura. Los jardines ya no existen y el descuido da pena.

A veces he pensado, ¿qué pensaría José si pudiera mirar hacia abajo y ver sus jardines, sus glorietas, sus plazas, sin color? ¿Qué pensaría aquel hombre de vida triste que tanta vida daba a las flores?

En aquella época los funcionarios municipales tenían horario partido y José, cada día, llegaba a casa muy temprano y comía cualquier cosa, siempre solo, en un lado de la mesa de una cocina por donde todos pasábamos de vez en cuando. Cuando acababa su jornada, por la tarde, como hacían también los jornaleros en el campo, se hacía la gran comida del día. También solo.

Lo recuerdo bajito, menudo, muy pequeño, muy triste, muy solo. Con una boina que le tapaba la calva y embutido en su uniforme gris siempre lleno de tierra. Creo, o creo recordar, que nunca lo vi sin esa ropa de tela tosca y sufrida. Hablaba poco, peleaba mucho. Lo acompañaba el vino. Era su refugio y quizá su único amigo. También su maldición. Pero tenía una mano angelical, divina, con las flores. A ellas  le daba toda su paciencia, todo su cariño y ellas le recompensaban.

Cuando se jubiló le dieron una placa que él lucía con orgullo en la sala de la casa. Quizá fuera ese su mayor tesoro. Ese y su trabajo en los arriates.

José fue un hombre pobre, pero tenía un oficio, un trabajo bendito, era jardinero. Hoy mi pueblo no tiene jardineros. Tampoco tiene jardines.

Probablemente, al igual que José sea esta una ciudad con mala suerte.

Por fortuna, cuando llega marzo, el trozo de calle donde vivo se llena del aroma del azahar de unos pocos de naranjos que tenemos enfrente, en una pequeña plaza. Pero esta bendición solo dura un mes, el de la explosión de la primavera. Nada más.

«Jardín». Gustav Klimt

(2019, 2025)

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6 respuestas a EL JARDINERO JOSÉ

  1. Olga Lozano Cid dijo:

    Qué entrañable y con cuanto cariño hablas de él!!!

  2. Rafael dijo:

    El inexorable paso del tiempo, y el cambio de estación que mañana viviremos y que te dará esa oportunidad de empezar a disfrutar de ese olor a azahar, aunque sea cada vez más efímero y más atascado en el ruido y el devenir de una ciudad, que cómo muy bien dices, parece haber perdido el rumbo y la magia, quizás, el mimo, de tiempo atrás, y la mano amiga de personas como José.

    Me era inevitable pensar al leer tu texto, tu reflexión, en una parte de la obra «Carmen Disruption» de Simon Stephens, en la que Escamillo, personaje arrancado de las páginas de la mítica ópera, reflexiona sobre cómo «las ciudades son iguales, los hoteles son iguales, las casas son iguales y todo parece haber perdido el sentido del gusto»… Mientras unas ciudades se apresuran a ultimar su look capitalista, otras caen en el olvido y se convierten en sitios de diversión transitoria y fiesta estival, olvidando por completo su historia. Qué pena no haber vivido plenamente la época a la que nos haces viajar con tus palabras, que pena no haber conocido de primera mano el trabajo de tu vecino.

    Gracias por invitarme a esta reflexión sobre las ciudades, el tiempo, el mimo y el cuidado con estas líneas. Espero que pronto podamos hacer esta reflexión en común y en persona, y saber más sobre aquella época en la que la primavera duraba más de un mes.

    • Mercedes_GP dijo:

      Buen comentario y bonita reflexión la tuya, Rafa.
      Verdaderamente, en la actualidad, todo se copia, todo se hace uniforme y nos falta la identidad que marcaron otros tiempos y, también por qué no decirlo, un poco de imaginación y de esfuerzo.
      Pero solo nosotros, con nuestra sensibilidad, como tú tienes, seremos capaces de hacerlas algo diferente, aunque sea solo en la parte que está en nuestra mano.
      Muchas gracias a ti por este comentario, que aprecio de verdad. Y sí, a ver si no tardamos mucho en vernos. Ya lo estamos deseando. Un beso grande.

  3. Isabel Pérez Sánchez dijo:

    Bonitos recuerdos, Mercedes, evocadores de una época vivida no tan lejana en el tiempo pero muy diferente a nuestra actualidad. Tus reflexiones son necesarias para darnos cuenta con tus palabras de los cambios que se han ido dando. Pero en esta ocasión, además, me descubro ante la reflexión de Rafa sobre las ciudades y su identidad y me ha parecido preciosa su frase final: «…aquella época en la que la primavera duraba más de un mes». Muchas gracias, Mercedes y Rafa.

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