
El Brutalista se ha convertido prácticamente en la mejor película de año, dado los premios y nominaciones conseguidas, y los comentarios de los espectadores, en parte, también, debido a su larga duración, a la que ya no estamos acostumbrados.
Y, en general, por crítica y público, considerada como una obra maestra. No lo niego, es colosal y, en algunos momentos casi de vértigo. De relativamente bajo coste, si en este de tipo cine, con estos actores y escenarios podemos hablar en estos términos, la película de Brady Corbet, con guion original propio y de Mona Fastvold y unas excelentes música y fotografía de Daniel Blumberg y lol Crawley respectivamente, ha cosechado éxitos por donde ha ido. A ello han contribuido también las grandes interpretaciones de Adrien Brody, el protagonista con mayúsculas, y Felicity Jones, Gui Perace, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Isaach De Bankolé, Jonathan Hyde, Emma Laird, Stacy Martin, Alessandro Nivola, Peter Polycarpou y Michael Epp. En el filme han colaborado, además de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá. Una película compleja, pues, aunque la acción transcurre en América, concretamente en Filadelfia, ha sido rodada principalmente en Budapest, Hungría. También en Carrara, Toscana italiana.
Por cierto, las imágenes muy al final de la cinta de canteras de mármol de Carrara son impresionantes, imponentes, sublimes.


La trama comienza de una forma relativamente sencilla para ir enredándose, como el propio personaje, a lo largo de las casi tres horas y media, con intermedio incluido, que dura la película.
Esta sigue la vida de Lászlo Tóht, un personaje imaginario, un arquitecto húngaro judío que, a consecuencia de las matanzas nazis y terminada la segunda guerra mundial consigue llegar, tras mucho padecimiento, a los Estados Unidos de América, donde pretende comenzar una nueva vida. Su esposa Erzsébet y su sobrina Zsófia han debido quedar en Europa una vez que fueron separados. La única manera de saber uno del otro es a través de una escasa y difícil correspondencia, pero, a pesar de las dificultades, su objetivo es volver a encontrarse.
Lászlo consigue llegar en la bodega de un barco a América, concretamente a Manhattan, donde es acogido como otros muchos exiliados judíos y encaminado a su destino. Curiosamente, lo primero que ve al desembarcar y a la luz del día es la estatua de La Libertad, no en vano llega a la tierra de la libertad, pero la película nos presenta la visión del monumento, desde la posición del personaje, al revés. Un indicio simbólico, quizá, del significado de esta palabra para quienes llegan desde la miseria.

El emigrante se acabará instalando en Pensilvania, un Estado en desarrollo y donde tiene un familiar que le acoge en un primer momento. Pero su primo, única referencia en ese gran país, se ha adaptado absolutamente y por necesidad al estilo de vida americano y no puede seguir teniéndolo bajo su techo, pues es un tipo de persona poco aceptada y nada bien recibida para los autóctonos de esa nación. Durante el tiempo que permanece en la casa colabora en un importante encargo: convertir en biblioteca el despacho de un personaje adinerado y propietario de una gran mansión. El resultado es absolutamente novedoso, pero no acaba de gustar y se queda sin trabajo.
En ese momento comenzará a llevar una vida casi de mendigo y trabaja como obrero en todo aquello que le sale. Se enfrenta al racismo, la xenofobia y la pobreza.

Pero, un día, Harrison Lee Van Buren, el potentado hombre de negocios que lo dejó sin trabajo e incluso sin los honorarios que le correspondían, descubre el pasado profesional de Tóht, un arquitecto renombrado de la Escuela de La Bauhaus con importantes obras y premios en su haber, toda una celebridad.
Este lo busca y, además de pagarle lo que le dejó a deber, reconoce su talento y le encarga un trabajo casi visionario, un importante y complejo proyecto arquitectónico, un gran edificio dedicado a la memoria de su madre recién fallecida.
La relación con el empresario se hará cada vez más estrecha, hasta el punto de ayudarle a traer a su familia, pues el inmigrante anhela reconstruir su vida junto a esposa y su sobrina en el nuevo país.

Pero el proyecto, al que se entrega en cuerpo y alma, acabará destruyendo el romanticismo e idealismo que lo trajeron y pondrá a prueba su resistencia ideológica, mental y emocional. Una resistencia ya muy desgastada que le habían conducido a adicciones e incomunicación, y a encerrarse en sí mismo peligrosamente. Pues en todo momento se deja ver que es un hombre torturado. Un hombre que llega absolutamente roto, por todo lo que ha padecido y lo que ha dejado atrás y que, a lo largo del filme, y dependiendo de lo que va encontrando en su camino, se irá convirtiendo de una persona amable, llena de idealismos y romántica en cierto modo, en alguien irascible, torturado y al borde de la locura.

Tanto Lászlo, a su llegada como su esposa Erzsébet y Zsófia, su sobrina, se encontrarán con muchas dificultades en su nuevo hogar. Necesitan volver a levantar sus vidas y, la pareja, su relación de esposos, pero las oportunidades vienen disfrazadas de engaños. Lászlo es un hombre roto, ya desde su llegada, Erzsébet está enferma y Zsófia es una persona incomunicada y recluida en su propio aislamiento.
El personaje que encarga el trabajo, el magnate de la historia, acabará cediéndole a la familia un lugar donde vivir, o malvivir, hasta la terminación de la obra y consigue ir acaparando la confianza de la familia, pero, en realidad, está jugando con todos ellos, pues su único objetivo es tener un edificio de un arquitecto valorado, reconocido en Europa, otra pieza más para su colección. Y aunque se va acercando a él interpretando distintos personajes (hay que decir también que se trata de una persona emocionalmente trastornada), en realidad está entreteniéndose con todos ellos, con su diversión preferida, la de presumir también de personas más o menos singulares, de una intelectualidad de la que carece y una caridad mal entendida, y acaba por convertir al artista en un esclavo tanto profesional como personal. Según los caprichos de uno y las exigencias de otro, la obra queda parada y vuelta a reanudar, dejando al arquitecto en una difícil situación. A todas luces, el personaje de Lászlo representa la resignación de quien quiere a toda costa realizar un trabajo y progresar frente a quien tiene el dinero y el poder que sólo busca su propio beneficio, del tipo que sea, sin apreciar ni valorar el esfuerzo y talento del otro, ni por supuesto, en este caso, el arte. Todo es caprichoso y superficial hasta donde se lo pueda permitir el dinero.

Y en este enfrentamiento entre la creación artística y el capitalismo más atroz, la ansiedad y desesperación del artista irá aumentando y se irá hundiendo cada vez más en la miseria personal al mismo tiempo que en el individualismo y la intolerancia, en su propia arrogancia. Y también se irá convirtiendo en un esclavo de Harrison, su contratista, tanto financiera como espiritualmente, lo que llevará a este artista genial al borde de la locura.
De alguna forma, el argumento de esta extraña historia nos retrata nuestra propia realidad a través de un pasado cercano y nos recuerda que, fascismo, capitalismo y horror, siguen vigentes, y que el mundo, aunque nos pese, no ha cambiado tanto.
Puede parecernos que la esencia de toda esta historia es que solo, o frecuentemente, es el arte, el trabajo y la belleza, la que a veces nos echa una mano para seguir con la vida. Pero es algo más, el artista encierra algo más que no se sana sólo con una creación bella. Está demasiado atormentado, demasiado angustiado. No pretende espantar solo su propia incomprensión como artista. Aspira, también, dada la triste espiral en la que se ha visto encerrado, a realizar una obra que los sobrepase a todos, que sea valorada y supere el paso del tiempo y esto lo convierte ya en enfermiza obsesión.
Al final de la película se nos descubrirá que el afán de perfección de Lászlo está marcado por un irremediable dolor interior que lo que pretende es representar en esta obra el sufrimiento del campo de concentración, su escala, sus celdas y la claustrofobia, pero con lucernas por donde ver la luz. Se trata, pues, de una oportunidad para compensar tanto dolor y que otros de alguna forma lo conozcan. Es un edificio brutalista y también brutal. Lázslo se obsesiona tanto con él que estará dispuesto a sacrificar a su familia, su vida y todo lo que le queda.

El Brutalismo, aparentemente es un estilo poco atractivo nada cómodo para la habitación humana, o eso parece. Los edificios cumplen una función sin perseguir la creación de belleza, sin aditivos. Es lo que puede aparentar, pero en realidad, esa sobriedad, a su forma, también la crea, una belleza sencilla, dura y elemental, basada en la simpleza y la austeridad. Una belleza sólida y acorde con tiempos difíciles e impenetrables.
Una de sus características más llamativas es su monumentalidad, pero también su toque minimalista, limpio. Debe ser sencillo, estar vacío, para impresionar con los enormes espacios y volúmenes y el aire debe llenarlo todo. Todo queda a la vista, a veces hasta las tripas del edificio. Ahí donde se vea un edificio brutalista se está viendo un edificio de unos tamaños absolutamente colosales que no cumplen la escala humana. Ante ellos, el hombre se hace pequeño. La película también llegar a ser algo así, el arquitecto se empequeñece y hasta se denigra por su obra, lo que quizá no deja ser cierta enfermiza obstinación y paradójica megalomanía.
Hasta el punto de que, una vez que el capitalista logra su confianza acaba saliendo lo peor de él y lo ultraja de la forma más arroz, violándolo físicamente y dejando claro quién es quién. A pesar de todo, la construcción sigue adelante, la humillación no puede llegar más lejos y el arquitecto comienza a disparatar y casi enloquecer. El encargo de su vida acaba en una maldición.
Pero una vez más será una mujer, en este caso una mujer exiliada y enferma, la señora Lázslo la que rescate al protagonista de su oscuridad tras conocer toda la historia.

Ella será la que plante cara al hombre poderoso y lo delate ante su familia y las personas más íntimas.
Y aquí empieza un desenlace que deja muchas puertas abiertas. La última de ellas es la desaparición del hombre que se ha visto acusado y descubierto. Pero tras ella, hay otras que han quedado sin cerrar a lo largo del filme. Queda en manos del espectador buscar las salidas e interpretarlas a su parecer.
La verdad es que me pensé mucho acudir a ver la película temiendo su extensión. Pero tengo que reconocer que, pesar de su duración, no se me hizo nada larga.
Y salí del cine satisfecha. Después de haber visto el día anterior Anora (de la que sin duda hay que salvar la interpretación de la actriz… y respeto que guste, por supuesto) en una butaca muy incómoda, El Brutalista fue para mí como una reconciliación con la gran pantalla, pero tras digerir tanta monumentalidad me sigue pareciendo muy buena, pero no tan perfecta.
Desde mi punto de vista las interpretaciones son magníficas, pero me resultaron frías en muchas ocasiones, como el mismo estilo arquitectónico que la película representa.
A veces da la sensación de que son vidas no vividas (por supuesto es una ficción) y que son personajes interpretando un papel, como en realidad es, pero esto creo que no se debe reflejar en una historia cinematográfica, los personajes deben parecer reales. A veces hasta el mismo Adrien Brody, el actor triste, con su magnífica interpretación, no parece real, no destila lirismo y se aleja un poco del espectador. Y, aunque no te deja moverte del sillón, a pesar del dramatismo, tampoco te emociona.
Para mí, además, hay una diferencia entre las dos partes de la película partida por el intermedio: en la primera de ellas el personaje llega en parte ilusionado, también algo ingenuo a pesar de lo vivido, a un lugar del que espera mucho. Esta primera parte es ágil y en cierto modo va avanzando el aspecto monumental y gigante y nos va presentando al personaje y sus anhelos. En la segunda parte, con la familia ya unida, todo se hace más lento, más frío y más apagado, porque la familia ya se ha roto y hay intentar volver a unirla. El matrimonio ha quedado separado y deshecho. Durante años han tenido vidas diferentes, duras y desconocidas por ambas partes. La tierra que estaba destinada a unirlos parece que los desune y lo que iba a ser un encuentro acaba en lo contrario. Esta parte es lenta, algo más pesada.
La esposa pondrá todo su esfuerzo en ello, pero el arquitecto ha cambiado demasiado. Al final, los esfuerzos de la mujer se verán recompensados, o eso nos parece. El ritmo de la cinta cambia por completo. La mujer planta cara, se empeña y parece que el amor acaba consiguiendo una nueva vida lejos de América. Pero tampoco sabemos qué pasa a partir de ahora. Como en otros muchos casos se han dejado flecos sueltos, escenas que no terminan, a dónde va el magnate, si Zsófia dio o no ese paseo solicitado, o qué pasa en algunas de las escenas en las que se sabe cómo empieza un solitario Lázslo, pero no como termina. Parece que guionista y director han dejado esos espacios sin rellenar para que sea el espectador quien los termine.
Pero lo más importante no es eso, lo que queda es un edificio enorme, brutalista, y lo que importa es todo el sufrimiento que ha dado y por el que se ha tenido que pasar. Y que ahí está, pero que, como en los otros casos de vacío, tampoco se nos dice si tendrá o no un uso, si definitivamente cumplirá una función o será un despojo más de todas estas vidas.

Hay personas que han opinado que la película es pretenciosa, puede ser. Creo que dicha megalomanía no llega a cuajar. Lo cierto es que tanto el filme como los personajes son tan brutales como el título y el modo de hacer arquitectura, cargado de grandiosidad. Yo, también creo que resulta algo misteriosa en algunos aspectos que no nos acaba de descubrir.
El motivo de tal obsesión se aclara en el Epílogo, concretamente en la I Bienal de Venecia (1980) en la que un Lászlo Tóht, ya muy mayor y enfermo, es homenajeado por su obra y trayectoria. En ella, su sobrina Zsófia explica el significado de la gran obra de Filadelfia y el horror que ella encierra. Pero, de nuevo, el final acaba siendo tan solemne que no parece real.
Pero esto, en el fondo, importa poco, porque el sentido esta película creo que se halla en el camino, y no en el fin.

Cartel e imágenes de la película
No creo que se trate también solo de una denuncia contra el antisemitismo. Entiendo que ahonda un poco más, o eso es lo quiero entender, que es una especie de ofrenda a todos los inmigrantes, diferentes y pobres y que llegan a una gran nación intentando progresar. Y lo que acusa, en cierto modo, es su recibimiento.
Efectivamente, al final de la película y habiéndose producido la despedida, Erzsébet quiere marcharse, quiere irse de un sitio donde no ha sido bien recibida y volver, si no a sus raíces, porque ya no puede ser, a un lugar donde al menos encuentre un hueco para ella y también para él. Un sitio al que ya se ha marchado su sobrina con su nueva familia y a la que ellos se puedan unir. Ese lugar no es otro que el recién declarado y reconocido Estado de Israel (1948), esa tierra prometida que, según esperaban desde siempre, Dios les ha dado a los judíos para que la levanten y conformen. Y así lo hacen.
La mujer tiene razón cuando al querer salir de América le dice a su marido que ese es un país donde no los quieren y que está podrido. Lamentablemente, al que ellos se dirigen no tardará mucho en empezar también a pudrirse.
Si, como dicen algunos, esta película es una denuncia ante el antisemitismo, con todos mis respetos, consideración y tolerancia, así como confraternidad hacia todas las razas y religiones, sin excepción, y aunque estoy convencida de que El Holocausto ha sido la mayor tragedia humanitaria del siglo XX y quizá de toda la época contemporánea, no creo que estos sean los tiempos más oportunos ni adecuados para hacer apología de Estado de Israel.
En una gala marcada por palabras apolíticas en un momento tan complicado para Estados Unidos, Adrien Brody, en su discurso de recepción del Oscar 2024 al mejor actor por esta película, se declaró pacifista. Estas fueron algunas de sus palabras:
«Tenemos que acabar con el antisemitismo… (dice) Estoy aquí, de nuevo, [se supone que se refiere a la anterior ocasión por la película El pianista, por la que obtuvo su otro óscar] para representar el drama y la repercusión de la guerra [nuevamente], de la opresión sistemática, del antisemitismo y del racismo, y rezo por un mundo más feliz, más sano y más inclusivo. Creo que, si hemos aprendido algo del pasado, es no dejar que el odio se descontrole. Luchemos por lo que es justo. Sonriamos y querámonos. Construyamos juntos.»
De acuerdo, en todo. Pero además de mencionar el racismo y el antisemitismo, indiscutible, por supuesto, no le habría venido mal ni desmesurado haber hecho alguna referencia por el respeto también a otras religiones y culturas o simplemente tratarlas de una forma general, y, como no, a los musulmanes, víctimas en estos últimos años de una gran matanza, de un exterminio, y me refiero, claro está, a los habitantes de la ya prácticamente destruida Gaza. Y de los que no paran de oírse sus gritos de horror y también sufrimiento en su propia casa. Quizá hubiera sido más ecuánime y hasta más humano por su parte. Pero esta es solo una reflexión y una opinión, particular, claro.