AKI KAURISMÄKI

He de reconocer que, aunque me gusta el cine no soy cinéfila y que, por diversos motivos, entre ellos que en una ciudad con noventa mil habitantes no tenemos actualmente una sala de cine, tenía la gran pantalla un poco olvidada, aunque tenemos la suerte de recurrir a alguna plataforma digital para ver alguna película que nos interese, pero no es lo mismo. Eso es indiscutible. El sofá de casa, aunque más cómodo que cualquier butaca, no te da la sensación de estar participando en la obra, mejor o peor, más o menos de nuestro gusto, pero siempre mágica, que te muestra la pantalla grande, la oscuridad, y la compañía de un público que está participando igual que tú.

Y tengo que reconocer que no conocía al autor del que, en un par de semanas, he tenido la suerte de ver dos películas, una en pantalla grande, gracias a la Cinemateca Municipal: “Fallen Leaves”, Hojas caídas, muy reciente y con un importante éxito de público, ganadora del premio del jurado en Cannes el pasado 2023, fecha del estreno, y seleccionada como la candidata finlandesa a la mejor película internacional en los Óscar de este mismo año 2024. Y “El Havre”, una película ya con más de una docena de años, concretamente de 2011, desde casa. Ambas, del finlandés Aki Kaurismäki, al que me he acercado casi sin sentir y me ha impresionado gratamente.

Hojas caídas no es una película bonita, a veces no es agradable a la vista: se desarrolla en las desoladas calles de Helsinki, en supermercados tristes, fábricas duras que parecen de una época ya pasada y con personas con hambre, con necesidad de comida, de calor y de compañía. Enmarcado en la guerra de Ucrania, de completa actualidad, creo que la esencia de esta película está en llamar la atención sobre la soledad, el amor, la compañía, o mejor dicho la falta y necesidad de ella, también de un mundo en decadencia, del vacío podríamos decir que casi existencial, y de la tristeza.

Sus principales protagonistas son dos jóvenes, Ansa (la actriz Alma Pöysti) que trabaja explotada en un supermercado y pasa el día entre el trabajo, el tranvía y su pequeña y vacía casa, hasta que es despedida por regalar y sacar comida caducada y entra a trabajar en una fábrica. El otro personaje es Holappa (Jussi Vatanen), que lo hace en una fábrica y comparte una pequeña habitación, mejor dicho, un contenedor, con otros compañeros de los cuales solo uno puede decirse que es su amigo. Trabajos los dos monótonos, deprimentes y grises. Ambos se encuentran en una salida triste de fin de semana, en un decadente local de karaoke, y entre ellos surge una curiosidad que se coinvertirá en amor, un amor callado y aparentemente desapasionado. Tras un segundo encuentro, los futuros acercamientos se topan con una serie de obstáculos, casi tragicómicos.

El alcoholismo de Holappa, despedido de varios trabajos por su causa y vinculado a malos recuerdos de Ansa, también ensombrece el filme durante un tiempo, pero el amor se sobrepondrá y se convertirá en la tabla de salvación de ambos.

Las duras y desesperadas vidas de todos los personajes no están tratadas de una forma trágica, sino silenciosa, contenida y como resignada, la tristeza es tratada con una fría normalidad y hasta con sentido del humor. Con absoluto respeto por todos ellos, hay veces en que hace reír al espectador y rompe el frío de una fatalidad en la que parece que todos están envueltos.

Aparentemente ingenua, la película es casi minimalista, lenta, con poco diálogo, con muchos rostros y expresiones -a veces también con rostros sin expresión-, y de una indescifrable crudeza, pero con una ventana abierta a la esperanza y eso es lo mejor en mi opinión. Porque la luz se hace y en el momento final se produce el milagro. Y la moraleja, a mi entender viene a ser esa, que los milagros existen. Y menos mal, porque eso es lo que nos hace salir con una sonrisa y un buen sabor de boca de la sala, pues durante el tiempo que dura nos esperamos otro final.

Para mí, son dos cuentos, dos cuentos de una gran dureza personal y al mismo tiempo una crítica social. Y, como decía un amigo al salir: “menos mal que acaba bien”. Porque, en definitiva, los protagonistas acaban uniendo sus soledades con la propia compañía.

Otro detalle que no pasa desapercibido es el importante papel dedicado al propio cine: encuentros y desencuentros de los protagonistas en la sala y la puerta del cine y carteles de películas clásicas, únicas y reconocibles por el espectador.

Pero lo más llamativo de Hojas caídas es que Aki Kaurismäki consigue algo tan difícil como llenar toda la pantalla con el vacío.

En el segundo caso, El Havre, la solidaridad, el amor, la esperanza, otra forma de crítica social y el optimismo son sus referentes.

Sus protagonistas son un matrimonio formado por un escritor bohemio ya entrado en años, y casi de vuelta de todo, que se gana la vida como limpiabotas y su esposa enferma, que no quiere informar a su marido de la gravedad de su salud, además de los vecinos de un barrio en el que se va desarrollando la solidaridad y fraternidad entre ellos.

Habitantes de un barrio pobre y marginal cercano al puerto en el que personas perdedoras al final acaban ganando, pues suelen ser siempre los más desvalidos también los más solidarios y generosos con el desamparo ajeno.

Como en la película anterior, otra vez, el bar es el lugar de encuentro de estos desfavorecidos de caras al mismo tiempo transparentes e impenetrables, un cuadro de geografía humana, de rostros y de sentimientos sencillos.

Al gran puerto llega una patera con inmigrantes de los que solo un niño, casi adolescente, logra escapar de las autoridades. Y toda la vida del protagonista se centra en ayudar al chico y encontrar la forma de que viaje a Londres para encontrarse con su madre. El niño es acogido en casa del matrimonio mientras la esposa está en el hospital y protegido por todos los vecinos del barrio para que las autoridades no lo encuentren.

Un tema aparentemente trágico queda en la película dulcificado por la conexión que se establece entre ambos personajes: el compañero del limpiabotas, los vecinos e incluso el policía encargado del caso que, en ocasiones, hace “la vista gorda”. Un presente y sutil sentido del humor y una sensación de hermandad, dominan el filme. Los personajes son gente sin suerte, pero felices a su modo.

No faltan los delatores, pero, finalmente, triunfa la bondad humana. Pues, tras secuencias a veces inverosímiles, los protagonistas encuentran su camino, su final feliz: el chico inmigrante sale viaje a de Londres a bordo de un barco local, el barrio se convierte en una familia bien avenida y la esposa del protagonista se cura milagrosamente de su enfermedad.

De alguna forma la película es una denuncia social y también un grito de esperanza. Los milagros no existen, pero, a veces, aunque sea en la ficción, las personas más desafortunadas pueden tener el suyo.

En otro terreno, las dos películas son todo un homenaje al cine, a un tipo personal y muy especial de cine, intimista, social, delator, denunciante. También la belleza de ambas se encuentra en los encuadres y decorados, un poco teatrales, sencillos y casi mágicos y como de otra época. Pero los principales protagonistas son las personas con toda su carga.

En ambas me han sobrecogido especialmente los rostros de esos personajes aparentemente vacíos, aburridos y solos que, en el caso de “Hojas caídas”, se exageran hasta límites casi insospechados de desgana, tedio, apatía y resignación. Su desvalimiento silencioso es precisamente lo que más atrapa al espectador. La realidad presentada de forma fría y casi vacía, pero con humor, en primer caso y esperanza en los dos.

Dos películas que son también dos cuentos, dos fábulas con sus respectivas moralejas: se puede superar la soledad, se puede ayudar al prójimo, en definitiva, dos historias en las que triunfa la utopía.

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