LA PAZ DE CADA DÍA

SOBRE LA PELÍCULA PERFECT DAYS (DÍAS PERFECTOS)

Un director alemán (el conocido Wim Wenders) hace una película al más puro estilo estilo japonés: sosegada, cadenciosa, lenta, lenta, muy lenta. Perfect Days (2023) es una película sobre una vida sencilla y cotidiana contada paso a paso, concretamente la de Hirayama (Koji Yakusho), un limpiador de aseos públicos en el distrito de Shibuya, de la ciudad de Tokio.

Hirayama parece que ha conseguido en cada uno de sus días el equilibrio perfecto entre su vida, sus pequeñas aficiones y su trabajo. Meticuloso y de fuerte equilibrio interior, roza el estoicismo. llama la atención la magnífica interpretación de un actor que continuamente sonríe con la mirada y refleja la paz.

Cada mañana, este hombre se despierta con la luz del día y el ruido de la escoba de la vecina que está barriendo la calle. Y cada uno de los días repite de manera rutinaria y en el mismo orden todos sus movimientos: dobla pulcramente el futón y lo deja en un rincón de la habitación, se lava la cara, se recorta el bigote, se afeita, se lava los dientes, se pone el mono de trabajo y recoge todos los objetos que necesita y que tiene perfectamente ordenados a la entrada de la casa. Casi una ceremonia. Así que el filme tiene también el halo nipón de lo ceremonioso.

Antes de salir pulveriza con agua las pequeñas plantas que ha ido recogiendo, de las que ya ha formado una pequeña colección, y les da nueva vida cuidándolas en casa.

Ya fuera, sonríe al sol, a la luz, a la mañana y a la vida, se toma un café que saca de la máquina que tiene justo al lado de su casa, se sube en la camioneta de trabajo y pone música. Sus distracción y diversión durante el trayecto es la música que lo llena en el camino, una impresionante colección de cassettes de músicos clásicos del rock, canciones bellísimas que constituyen en realidad el sonido del filme. Pues Hirayama es hombre de pocas palabras, humilde y amable.

En el descanso para la comida, acude a un parque público, siempre el mismo, y come un sándwich sentado siempre en el mismo banco. En este lugar suele encontrarse también con las mismas personas a la misma hora, personas que aparentemente están solas como él. Sin embargo, él no es un hombre solitario, es amable y acogedor y, al mismo tiempo, disfruta y sufre la soledad.

Una vez finalizado su trabajo diario acude a asearse, bañarse y disfrutar del jacuzzi en unos baños comunitarios y a cenar en un restaurante en que ya es habitual conocido. Algunos días, sobre todo los que no trabaja va a tomar una copa a un mismo local en el que ya parece que pueda tener algo parecido a amigos. Regresa a casa, lee un poco y duerme.

Su trabajo como limpiador de baños lo realiza de forma escrupulosa, pulcra, absolutamente meticulosa y cuidada y prestándole gran atención. Aunque en el filme no se aprecia Hirayama, y un compañero mucho menos cuidadoso que él, tiene adjudicados 17 baños públicos en un distrito de Tokio. De alguna forma, esta elección por parte del director rinde un pequeño homenaje a un proyecto singular realizado en la ciudad consistente en el mismo número de aseos públicos de arquitectura y tecnología modernas, encargados a su vez a otros diecisiete grandes arquitectos. Todos ellos, modernos, originales y de gran belleza visual y arquitectónica.

Es en estos espacios en los que la película deja de ser ficción puesto que estos lujosos aseos forman parte del proyecto The Tokyo Toilet, realizado para la ocasión y en el que colaboraron la Nippon Foundation y el Gobierno local de Shibuya. Dicho proyecto aúna arte público contemporáneo, tecnología e higiene. Todos ellos incorporan estructuras y elementos de diseño como por ejemplo las paredes de vidrio transparente que se vuelven opacos a cerrar desde dentro.

Todos pues muy modernos, distintos y muy llamativos, de referencia arquitectónica moderna y a los que se le ha dado una impronta especial y distintiva empleando diferentes materiales para su construcción. Con ello parece que se quiere dar la sensación de dar a estos lugares un papel e importancia especiales, distintos a los que le damos en nuestro entorno occidental, que son simplemente lugares prácticos pero carecen de esa belleza que también queda reflejada en el paisaje urbano, y añadir un elemento de distinción y belleza.

Pues Hirayama se ocupa día tras día de lustrarlos todos. Y luego continúa con la jornada. Siempre la misma rutina. Esta precisamente, es la palabra clave de este filme, la rutina. Una rutina que se repite de forma rutinaria, valga en este caso la redundancia.

Los días de descanso también son iguales. Entonces no utiliza la camioneta de trabajo, sino su bicicleta. A pesar de toda la calma que la persona del protagonista desprende, se mueve con soltura, y hasta parece que cómodamente, entre el caos de la gran ciudad.

Por otra parte, el protagonista no posee nada: vive en una pequeña casa de lo que parece ser un suburbio de la gran ciudad en la que solo tiene su colección de plantas, una gran colección de libros, baratos, casi todos comprados en la misma librería de oferta a un yen y otra, magnífica, de cintas de cassette, que son las que escucha en la camioneta cuando va a trabajar. Estas son sus únicas pertenencias personales.

También una de fotografías que hace cada día a los árboles, pues él ama a los árboles. Da la sensación de que casi siempre fotografía el mismo árbol y hace la foto desde abajo, en un plano nadir, opuesto al cenital, y con el que, por lo general, le gusta fotografiar la copa y las ramas con sus hojas. Intimismo de nuevo e interés por los detalles.

El día que no trabaja rompe la rutina semanal yendo en bicicleta, hace alguna compra, va a lavar su ropa a la lavandería pública, y a la tienda de fotos: allí deja un nuevo carrete para revelar y recoge las fotos ya impresas. Cuando llega a casa las clasifica y destruye las que salen mal o no le gustan. Porque el árbol, aunque pueda ser el mismo cambia a cada instante, como lo hacen también sus días.

Ha aprendido a sentirse bien con lo poco que tiene y no aspirar a más. Pero, además, esto lo ha llevado al extremo de aplicar esta economía a su persona: saber escuchar, contemplar, reflexionar y comunicarse con las mínimas palabras.

Cuando salí de la sala, sentí la sensación de que la película se me había hecho un poco larga, pensé que quizás esos días perfectos se podrían haber reducido, pero esa lentitud es el ritmo que el director le ha querido imponer al filme, un ritmo rutinario, muy rutinario dando a entender que es la rutina, la rutina, solo la rutina y no salirte de ella lo que hace que los días de Hirayama sean tan perfectos. Y ésta solo se puede expresar a través de repeticiones.

El ritmo de Perfect Days es un ritmo oriental, pausado, lento, sosegado, casi minimalista. Los espacios así lo son son en el interior, vacíos, ordenados, pero caóticos en el exterior. Por todos los espacios que transita y recorre el protagonista, desde su propia casa hasta los lavabos públicos en los que trabaja son absolutamente sencillos. Yo diría que es una película japonesa cien por cien, recorrida a pasitos cortos. Hoy es hoy, mañana es mañana, llega a decir el protagonista. Si no fuera muy arriesgado me atrevería a expresar que, en algunos momentos, la película roza el método Mindfulness (la conciencia plena), también de origen oriental.

Cada día de Hirayama puede parecer un haiku, por seguir con el símil japonés, donde todo está limitado, cerrado, ordenado y perfecto, y cada línea del tiempo ocupa su lugar inamovible.

Pero una visita de su sobrina nos descubre de forma solapada que hubo un personaje anterior que ahora emerge y quizá nos da la explicación de que la vida le haya llevado a encontrar la paz en la monotonía, la sencillez, la belleza de cada día, y la felicidad en las pequeñas cosas, en sus cintas de cassette o en una antigua cámara fotográfica que le proporcionan aficiones y placer. Saber buscar, saber escuchar, saber mirar, es el primer paso para encontrar lo que nos importa y nos da satisfacción y, a veces, está a nuestro alrededor, muy cerca, en las pequeñas cosas y en lo cotidiano. En eso ha convertido el protagonista su filosofía de vida.

Esta película parece que nos cuenta muy poco, pero encierra una vida y un mundo y el retrato íntimo de alguien en comunión con lo que le rodea, sin drama, pero con una vida tan ordenada por fuera como fracturada por dentro. Y son los sueños, en blanco y negro y desvaídos los que parecen darnos la pista.

Al escribir estas líneas me viene a la memoria pensando en el protagonista esa técnica japonesa centenaria de reparar las piezas rotas con barniz espolvoreado con metales preciosos (platino, oro, plata…) a fin de no borrar sino de resaltar las grietas, El Kintsugi -o Kintsukuroi-, creo que se llama. Piezas antiguas rotas en las que se quiere que luzcan las heridas, las resaltan, pues ellas forman parte de lo que queda.

Al final, la película no es larga, es lenta, con una simbólica valoración del tiempo y atendiendo a lo preciso, aunque lo preciso sea siempre lo mismo: Y es, o son, esos días en los que te levantas y sonríes a la vida, te entretienes con la música que te gusta, haces bien tu trabajo, estás en paz con la naturaleza, contigo y con los demás. Lees un poco, sientes la libertad y te acuestas con la conciencia tranquila. Y sí, esos son días perfectos.

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